lunes, 4 de agosto de 2014

Para mí, ni pan ni jamón ni queso

El sábado pasado, teniendo nada importante qué hacer, decidí pasear un poco por las calles de San José de Barlovento (para mí es una ciudad pequeña; para unos, un pueblito), pues, sin más dinero que para el pasaje... Paso frente a un puesto ambulante de cachapas (para quienes no son venezolanos, les explico que cachapa es una deliciosa tortilla que se prepara con maíz tierno molido) y la señora que estaba a cargo plantándose casi frente a mí pregona: "¡Ricas cachapas con jamón y queso!". Yo solo le correspondo con una sonrisa y, siguiendo mi camino, suspiro y pienso: "Para mí, ni jamón ni queso".
Para alguien como yo, que disfruta tanto de comer, el tema de la comida me resulta ahora más difícil de manejar que nunca, sobre todo desde el diagnóstico. Y es que el régimen de alimentación para las personas del espectro autista es muy restrictivo: estriba, principalmente, en eliminar los alimentos con gluten (proteína presente en el trigo, la cebada y el centeno y con aditivo en alimentos procesados), los productos lácteos y los conservantes y colorantes artificiales. Desde que sigo la dieta he tenido de deshacerme de casi toda la ropa y mandar arreglar la que quería conservar. Me siento espantosamente delgada, cuando casi al final de mi adolescencia llegué a pesar más de 60 kg para luego pasar a 55; y ahora estoy en 50. He tenido que sacrificarme mucho para mantener este régimen ya que mi familia no se ha mostrado muy colaboradora que se diga (como ya he escrito en posts anteriores, es muy mala la comunicación) y más bien he sentido incluso que me sabotean (entre otras cosas, aunque les he dicho más de una vez que no puedo usar aluminio, han hecho caso omiso de tal requerimiento y han cometido la locura de cubrir la superficie de la cocina con papel de aluminio como excusa para no tener que limpiar la estufa todos los días); por esa razón de un tiempo para acá me he alimentado sólo a base de frutas. Es parte de una situación en la que siento que he agotado todos los recursos posibles, en tanto que las dos únicas personas que realmente me apoyan económicamente en lo que pueden (mi hermana mayor y mi padre) tienen enfermedades crónicas y, desde luego, quiero independizarme, ¿pero cómo?
Ahora quiero salirme de la parte mala del asunto...
Hace exactamente un mes, camino de una reunión con las madres de los niños aprendices de la escuela de música a la que yo asistía (un problema delicado del que me tomaré tiempo para hablar en otra ocasión), una de ellas nos brindó una espumosa leche achocolatada fría -a cinco de ellas y a mí. Bueno, yo no pude menos que aceptar ya que ella y yo apenas nos conocíamos y juzgué que no era momento para extenderme en una complicada plática acerca de por qué no podía tomar leche. Para resumirles, en el bus de regreso a casa ya sufría de un gran dolor de cabeza. Y como esta, en una que otra ocasión, más por temor a morir de inanición que por otro motivo, he sucumbido al impulso de comer alimentos prohibidos para mí (pan, sobre todo) y lo he pagado caro por la irritabilidad, el letargo y la confusión mental que me causan, por eso ya no me provoca hacerlo. Recuerdo que hace unos cuantos años, antes de siquiera sospechar que yo tuviera autismo, mi desayuno favorito era arepa con queso amarillo y margarina... Con decirles que, a las dos horas de tan peligroso desayuno, me sentía peor que un monstruo y con ganas de pelear con todo el mundo y ante aquello no tenía más remedio que intentar estar tranquila, algo que casi siempre lograba.
Ahora que he podido manejar mejor mi situación con la comida, con todo y lo difícil que ha sido, repito nuevamente la frase que titula este escrito: "Para mí, ni pan ni jamón ni queso".