Escribí esta carta hace casi seis meses motivada por un desengaño de parte de alguien que se decía mi amigo y a quien yo quería casi como un hermano: mi profesor de guitarra. A él va dirigida esta epístola donde vertí toda mi frustración.
28 de junio de 2014
Mi muy estimado Julián:
“Antes que nada, quiero darte
gracias por todo lo que he aprendido de ti en estos dos años y medio en los que
estuve tratándote: por darme a conocer algo del mundo de la guitarra clásica,
por los abrazos y elogios que recibí de ti, por demostrarme amistad, por tu
sentido del humor que tantas veces me hizo reír y, principalmente, por tu
ingenio fuera de serie… El que a la larga ha evidenciado que la ética, la
calidad humana, la calidez y la risa se pueden fingir cuando lo primordial que
se persigue es aprovecharse del prójimo quién sabe con qué fines innobles.
”¿Dónde está la integridad que
tanto demostrabas tener? ¿Dónde quedó la lealtad que le tenías tú a la
profesora María Auxiliadora Cuicas? ¿Recuerdas cuando me dijiste: ‘Ella no se detuvo
por la plata y yo tampoco’? ¿Dónde quedó, entonces, tu interés por el que
quiere aprender música y no tiene los medios económicos suficientes?
”También me pregunto qué
intenciones tenías al no cobrarme la mensualidad… Por razones que prefiero
reservarme por discreción, sospecho que intenciones no muy buenas. De todos
modos, siempre tuve respeto por mis profesores, siempre esperé lo mismo de
vuelta y siempre me sentí correspondida con respeto.
”Retomo el asunto de la lealtad.
Si de lealtad me hablas tú, lealtad le tenía yo a la profesora; siempre fue
sincero mi aprecio por ella y a quien le fui consecuente y le tuve más
confianza que a nadie fue a ella. ¿Sabes?, cuando se murió, yo estaba pensando
seriamente en no volver a la escuela y si volví fue por honrar su memoria y,
pues, si quedaste al frente fue, pensaba yo, porque fuiste cercano a ella y
demostrarías la misma valía moral que ella. Pero pronto supe que,
definitivamente, tú no eres ella; eres, más bien, lo contrario a ella. Entonces empecé a extrañarla y a preguntarme
cómo hubiesen sido las cosas en la Sinfónica si la profe hubiera seguido viva
y, como resultado, empecé a perder el gusto por seguir; ya no me sentía
bienvenida. Ya no me siento tan en mi segunda casa como en vida de la maestra
María Auxiliadora.
”Ahora, que ya sé que no has dado
la cara como un verdadero hombre cabal debe hacerlo ni has contestado mis
mensajes, la confianza que tenía en ti se ha resquebrajado, quizá para siempre.
Si querías dejar la escuela de música y dedicarte a dar clases privadas como
más de una vez me dijiste que querías hacer, debiste tener el valor de decirlo
en un momento oportuno y no esperar a tener el agua al cuello ni hacer trampas.
Como sea, lo que yo siento es poco: ya imaginarás cómo se sienten los padres y
madres de esos chicos a los que hoy abandonas a su suerte y sin importarte
nada; eso me consterna más y con ellos me solidarizo.
”Con todas estas palabras
vertidas aquí hasta ahora, desahogué el dolor que no encontró otra manera de
liberarse y salir que esta. Así puedo decir que te he perdonado y que no te
tengo ningún rencor por más que otros sí lo sientan. Pero en lo adelante ya
nada será lo mismo y, como dije más arriba, mi confianza quedó dañada.
”Finalizo contándote que fuiste
una persona muy importante en mi formación musical y en mi vida y eso quedará
como un bonito recuerdo.
”Sin más qué añadir, se despide
Marynela
Achique.
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