Quería tratar de este tema desde hace
mucho, pero hoy, justo hoy, diez meses después de haber escrito mi último
post…, me sentí urgida a hacerlo, en vista de algunos desagradables hechos
recientes en mi vida al respecto.
En mi adolescencia, cuando cumplí trece
años y empecé octavo grado, un chico que estaba encargado de la cantina empezó
a fastidiarme con insinuaciones; siempre que iba a comprar algo, él me pedía
que lo besara, por ejemplo, ante lo cual yo reaccionaba alejándome muy enojada.
Hasta que un día, cuando no aguanté más, aproveché de reclamar al papá del
chico que se encontraba presente, contándole como pude del acoso que su hijo me
tenía. Desde entonces, a ese muchacho no lo volví a ver. Luego, con los años,
en el resto de los cinco años que estuve en aquel liceo de Mamporal, tuve
episodios similares en los cuales me defendía como podía, ya fuera cacheteando
o empujando al ofensor, y terminaban en poco tiempo (lamento no poder dar más
detalles ya que no los recuerdo muy claramente).
Más tarde, ya de adulta, tuve la mala
fortuna de conocer a un tipo de nombre Braulio: bajo, con panza de cervecero,
rostro terroso, con dientes faltantes y aliento de alcohólico, que se obsesionó
conmigo y estuvo persiguiéndome durante ¡tres años! Y, pues, yo lo rechacé tan
sutil y amablemente como pude. Al cabo de aquel tiempo, un día de hace ya cinco
años, lo vi cerca del banco a donde me dirigía para efectuar un depósito y no
perdió chance de saludarme descaradamente (ya saben, de esos que utilizan
expresiones como “mi amor” y similares como excusa para faltar el respeto a
mujeres jóvenes, aunque algunas no lo vean así). Luego de que salí de allí y
realicé un par de diligencias, decidí abordar un bus que me llevara de vuelta a
casa y cuál no sería mi sorpresa al ver a aquel tipo subiendo a la unidad con
un amigote de farra (creo que me estaba siguiendo) que no perdió ocasión de
querer sentarse conmigo y además insistir en pagarme el viaje y, de paso,
estaba ebrio (él y su compañero). No conforme con eso, se pasó la mitad del
“paseo” diciéndome indecencias, así que naturalmente no aguanté mucho más y
tuve que armar una escena gritando que ya llevaba tres años aguantando su acoso
y que oraba a Dios todas las noches para que seres como él no me hostigaran
más. Ante esto, Braulio y su amiguito, puestos en evidencia, tuvieron que
bajarse del autobús. Ya no me molestó más desde entonces. Ese día aprendí que
hombres así son como una plaga que nosotras las mujeres necesitamos
contrarrestar inteligentemente, específicamente aquellos hombres que te
mencionan como “su novia” potencial (lo que en realidad quiere decir otra cosa)
a pocos minutos u horas luego de conocerte deben ser considerados una señal de
alerta roja para todas (cuidado, chicas).
A los meses de aquel incidente, cuando empecé
a indagar sobre mi condición (la historia que todos los que han leído mi blog
ya saben), descubrí a través de la Guía para un Uso no Discriminatorio del Lenguaje en las Mujeres con Discapacidad (pueden encontrarla en la web y descargarla en formato pdf) que las mujeres que tenemos
una condición especial o algún trastorno mental somos especialmente vulnerables
a cualquier tipo de agresión sexual (lo cual me llevó a enfrentarme al recuerdo
de algunos momentos muy humillantes de mi niñez, cuando aún no sabía nada de
sexo, pero que por algunas razones prefiero no revelar aquí).
Ahora, cuando vivo lo que considero una
de las mejores épocas de mi vida (en la universidad donde estudio y donde gozo
de aprecio, en marcado contraste con mi entorno familiar donde la situación no
ha variado mucho), han aparecido, y era lo desagradable de lo que hablaba al principio, dos tipos indeseables –el uno es colector de
bus y el otro… no sé, parece de mala calaña- a quienes no tomaría en cuenta ni siquiera
como amigos, pues se dedican cada vez que me ven a decirme obscenidades
mezcladas, claro, con los infaltables “mi amor” y el “mami”; yo los ignoro como mejor puedo,
eso sí, mientras se abstengan de ponerme un dedo encima y de tener problemas
peores conmigo. Aun así, siento un asco indescriptible cada vez que tengo que
verles la cara.
Con todo, entiendo que no todos los
hombres son así, pero superar el trauma de aquellos hostigamientos me ha
llevado muchísimo tiempo y quién sabe si lo he logrado totalmente. Así que,
féminas adolescentes y adultas, ya sean del espectro autista o neurotípicas,
pueden tomar este escrito como una referencia para reconocer cuándo un muchacho
u hombre no quiere ser amigo nuestro sino solo aprovecharse de nosotras. El
aprecio genuino, hacia quien sea, toma tiempo; y si es entre hombre y mujer,
mucho más.