viernes, 30 de octubre de 2015

El acoso sexual en mi vida

Quería tratar de este tema desde hace mucho, pero hoy, justo hoy, diez meses después de haber escrito mi último post…, me sentí urgida a hacerlo, en vista de algunos desagradables hechos recientes en mi vida al respecto.
En mi adolescencia, cuando cumplí trece años y empecé octavo grado, un chico que estaba encargado de la cantina empezó a fastidiarme con insinuaciones; siempre que iba a comprar algo, él me pedía que lo besara, por ejemplo, ante lo cual yo reaccionaba alejándome muy enojada. Hasta que un día, cuando no aguanté más, aproveché de reclamar al papá del chico que se encontraba presente, contándole como pude del acoso que su hijo me tenía. Desde entonces, a ese muchacho no lo volví a ver. Luego, con los años, en el resto de los cinco años que estuve en aquel liceo de Mamporal, tuve episodios similares en los cuales me defendía como podía, ya fuera cacheteando o empujando al ofensor, y terminaban en poco tiempo (lamento no poder dar más detalles ya que no los recuerdo muy claramente).
Más tarde, ya de adulta, tuve la mala fortuna de conocer a un tipo de nombre Braulio: bajo, con panza de cervecero, rostro terroso, con dientes faltantes y aliento de alcohólico, que se obsesionó conmigo y estuvo persiguiéndome durante ¡tres años! Y, pues, yo lo rechacé tan sutil y amablemente como pude. Al cabo de aquel tiempo, un día de hace ya cinco años, lo vi cerca del banco a donde me dirigía para efectuar un depósito y no perdió chance de saludarme descaradamente (ya saben, de esos que utilizan expresiones como “mi amor” y similares como excusa para faltar el respeto a mujeres jóvenes, aunque algunas no lo vean así). Luego de que salí de allí y realicé un par de diligencias, decidí abordar un bus que me llevara de vuelta a casa y cuál no sería mi sorpresa al ver a aquel tipo subiendo a la unidad con un amigote de farra (creo que me estaba siguiendo) que no perdió ocasión de querer sentarse conmigo y además insistir en pagarme el viaje y, de paso, estaba ebrio (él y su compañero). No conforme con eso, se pasó la mitad del “paseo” diciéndome indecencias, así que naturalmente no aguanté mucho más y tuve que armar una escena gritando que ya llevaba tres años aguantando su acoso y que oraba a Dios todas las noches para que seres como él no me hostigaran más. Ante esto, Braulio y su amiguito, puestos en evidencia, tuvieron que bajarse del autobús. Ya no me molestó más desde entonces. Ese día aprendí que hombres así son como una plaga que nosotras las mujeres necesitamos contrarrestar inteligentemente, específicamente aquellos hombres que te mencionan como “su novia” potencial (lo que en realidad quiere decir otra cosa) a pocos minutos u horas luego de conocerte deben ser considerados una señal de alerta roja para todas (cuidado, chicas).
A los meses de aquel incidente, cuando empecé a indagar sobre mi condición (la historia que todos los que han leído mi blog ya saben), descubrí a través de la Guía para un Uso no Discriminatorio del Lenguaje en las Mujeres con Discapacidad (pueden encontrarla en la web y descargarla en formato pdf) que las mujeres que tenemos una condición especial o algún trastorno mental somos especialmente vulnerables a cualquier tipo de agresión sexual (lo cual me llevó a enfrentarme al recuerdo de algunos momentos muy humillantes de mi niñez, cuando aún no sabía nada de sexo, pero que por algunas razones prefiero no revelar aquí).
Ahora, cuando vivo lo que considero una de las mejores épocas de mi vida (en la universidad donde estudio y donde gozo de aprecio, en marcado contraste con mi entorno familiar donde la situación no ha variado mucho), han aparecido, y era lo desagradable de lo que hablaba al principio, dos tipos indeseables –el uno es colector de bus y el otro… no sé, parece de mala calaña-  a quienes no tomaría en cuenta ni siquiera como amigos, pues se dedican cada vez que me ven a decirme obscenidades mezcladas, claro, con los infaltables “mi amor” y el “mami”; yo los ignoro como mejor puedo, eso sí, mientras se abstengan de ponerme un dedo encima y de tener problemas peores conmigo. Aun así, siento un asco indescriptible cada vez que tengo que verles la cara.

Con todo, entiendo que no todos los hombres son así, pero superar el trauma de aquellos hostigamientos me ha llevado muchísimo tiempo y quién sabe si lo he logrado totalmente. Así que, féminas adolescentes y adultas, ya sean del espectro autista o neurotípicas, pueden tomar este escrito como una referencia para reconocer cuándo un muchacho u hombre no quiere ser amigo nuestro sino solo aprovecharse de nosotras. El aprecio genuino, hacia quien sea, toma tiempo; y si es entre hombre y mujer, mucho más.

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