Sí, me parece mentira. Ayer cumplí veintinueve... y pocos lo recordaron. Ya en mi familia saben que no me
gustan mucho las fiestas de cumpleaños, sobre todo por el ruido, la música a
todo volumen, el desorden, etc. Sin mencionar a los contactos en Facebook,
pocos me felicitaron: mi padre, tres de mis hermanas, tres de mis sobrinos… Me
gustaría decir que llevo muy buena relación con todos los de mi grupo familiar pero,
con la excepción de los supracitados, no es así. De hecho, a raíz de la
tragedia de perder a mamá hace cinco años, atravieso con algunos de mis
hermanos, precisamente con quienes convivo actualmente, una crisis que no ha
hecho más que empeorar y que me ha llevado a tomar la determinación de mudarme
de casa cuanto antes para preservar mi tranquilidad, una tranquilidad que
muchas veces se me hace terriblemente esquiva y que se me hace más necesaria
que nunca, especialmente por cuanto hace poco más de dos meses fui diagnosticada
con autismo leve.
Total, que entre ese día crucial y ahora he estado
replanteándome seriamente qué espero de la vida: qué carrera finalmente
estudiaré en la universidad, cómo sacaré partido a mis talentos (el dibujo, el
diseño, la escritura, la música…), si quiero compartir mi vida con una pareja o
tener hijos; son demasiados aspectos qué tomar en cuenta. En resumen, mi mayor
anhelo es ser autosuficiente, dejar de depender lo menos posible de mi familia.
De todos modos, siento que a eso me obliga el mundo, a defenderme sola e
independizarme, porque no siempre voy a tener a mis seres queridos conmigo y
además es imposible e inconveniente que me sobreprotejan.
Se sumó un año más a mi vida de adulta y necesito ser
consecuente con ello.
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