viernes, 6 de noviembre de 2015

¡Yo SÍ me quedo en Venezuela!



Ahora quiero hablar del amor que me inspira mi país.
Amo todo lo que identifico de bueno en Venezuela: entre tantos detalles positivos estan el mestizaje del cual yo soy un orgulloso producto, sus arepas, sus hallacas, su música (su arpa, su cuatro, su joropo, su gaita zuliana, su galerón, su calipso, su cumaco de San Juan…), sus ilustres (Bolívar, Bello, Simón Rodríguez, Rómulo Gallegos, Antonio Lauro, Simón Díaz, el doctor Convit, [¿Chávez?, para bien y para mal], entre otros de quienes no pretendo hacer un catálogo por no ser ése el objetivo de este escrito) y, principalmente, la solidaridad de su gente (que ha sido mermada un poco por la inseguridad, no solo la inseguridad personal y social causada por la delincuencia, sino de todo tipo).

Por otra parte, nací y he vivido toda mi vida en Barlovento, una región ubicada a una hora y media de Caracas, bien conocida por su gran potencial turístico (playas, producción de cacao, la cueva Alfredo Jahn, entre otras atracciones) y por sus alegres y populares tambores. Sin embargo, a veces siento vergüenza de ser barloventeña: en los últimos años he sentido cierta frialdad de parte del barloventeño promedio –ni caso tiene atribuirlo a mi condición autista, por más evidente que sea; lo atribuyo principalmente a la grave situación del sistema de cosas imperante ahora en nuestro país-, así como cierta tendencia a renegar de sus propias raíces, ignominia que ni siquiera yo sería capaz de cometer, por ejemplo: no me explico cómo un barloventeño de raza negra puede preferir el triste paseo vallenato de Colombia que no se aproxima ni de lejos al festivo sonido de la mina y el tambor barloventeños y desdeñar cobardemente la música folklórica de su propia tierra cuyo ritmo llevamos muchos en la sangre o en el alma. Esa ignorancia se ha convertido, más que idiosincrasia, en “idiotincrasia”. Y de paso, me temo que esa merma del amor por la identidad nacional que se ve en todo el país va en aumento, entre otras cosas por la gran cantidad de profesionales que emigran a otras naciones. Pero, los que nos quedamos porque no nos queda otra opción, ¿qué? Tenemos que volvemos mucho más austeros hasta donde nos sea posible y luchar con todas nuestras fuerzas para defender a Venezuela y descontaminar el ambiente envenenado por la politiquería, recuperando la confianza de que el pueblo –y solamente el pueblo, no un gobierno o mesías disfrazado de pueblo- es el que puede tomar el mando de un país y llevarlo al elevado ideal que nos merecemos. Yo sí amo mi país, yo confío en mi país y por eso me quedo.

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