lunes, 7 de abril de 2014

Cómo extraño…

Poder despertar en las mañanas con mi música de folklore como cuando era niña, porque ahora solo oigo “chicharras” electrónicas en la radio.
Comer acompañada, en una mesa, de buenas compañías a las que pueda sentirme aproximada como a una familia… Hoy, en mi familia, casi nadie usa la mesa para la comida porque todos se van por su lado.
La necesidad de tener una compañera a la que pueda llamar amiga y a la que pueda considerar una hermana. Hay casos, como el mío, en el que una hermana se convierte en la peor enemiga que se pueda tener.
Sentirme confiada de salir por las calles del propio pueblo donde vivo sin la necesidad de defenderme de aquellas personas crueles…
Expresar mis opiniones sin temor a sufrir algún ataque verbal o físico aun cuando las haga con respeto.
Sentir que soy parte de una familia y ver a mis hermanos como lo que son –hermanos- y no como gentes totalmente extrañas a mí.
Tener un espacio propio donde dedicarme a desarrollar mis pasiones sin que ningún intruso intente entrar para desestimar mi esfuerzo.

Ser YO sin tener que disculparme por serlo, en vez de sentirme obligada a ser alguien que no soy solo por tratar de integrarme a una familia que no esté dispuesta a aceptarme.

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